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viernes, 15 de febrero de 2013

El Fundador del MMM



 El  Fundador del MMM

Luis M. Ortiz Marrero fue de forma permanente una presencia inspiradora e inculcadora dentro del Movimiento Misionero Mundial en los 32  años qué lo presidió y dirigió con gran éxito.

El sábado tres de julio de 1943, Luis M. Ortiz y Rebecca Hernández, recién embarazada, se instalaron en la ciudad de Santo Domingo, capital de la República Do­minicana, para dar inicio a su labor misio­nera. Sufrieron diversas adversidades desde su llegada a suelo dominicano. Para cumplir con su labor misionera debieron pasar una serie de contratiempos: trasladarse a pie cientos de kilómetros, viajar sobre carretas cañeras tiradas por bueyes o dentro de vehí­culos lecheros tirados por caballos, cabalgar por caminos accidentados, andar en carros destartalados, con llantas rellenas de paja seca, que se desplazaban a 10 kilómetros por hora.

TRISTE PÉRDIDA

Una tarde de octubre de 1943, tres meses después de su arribo a República Dominica­na, Ortiz experimentó una de los momentos más difíciles de su existencia. Tras un agota­dor viaje de más de dos días desde Ciudad Trujillo hasta La Romana, su esposa perdió al bebe de cinco meses de gestación que lle­vaba en su vientre. Ella no resistió el rigor de las jornadas previas, en las que su frágil cuerpo fue sometido a innumerables prue­bas físicas que lo debilitó al extremo, y se en­frentó al dolor de perder al niño que hubiera sido el primero de la familia.

Tiempo más tarde, a finales de mayo de 1944, la joven pareja de misioneros culminó su labor cristianizadora en suelo domini­cano y se trasladaron a la Isla de Cuba, la más grande de las Antillas Mayores, luego de diez meses de actividades a favor de la expansión de la fe evangélica en el segundo país más grande del Caribe. Atrás dejaron una etapa en la que habían sufrido intermi­nables y rigurosos padecimientos debido a su perseverante labor evangelizadora.

AVIVAMIENTO JUNTO A T. L. OSBORN

En los primeros meses del año de 1950, se inició en Cuba una visitación de Dios, como pocos países han experimentado en el con­tinente sudamericano. Este avivamiento co­menzó en Santiago de Cuba, en el estadio más grande de la ciudad y de la provincia, a través de una masiva campaña dirigida por el predicador cristiano Thomas Lee Osborn.

Luis M. Ortiz, intérprete, auspiciador y coordinador de las actividades, cumplió un rol protagónico dentro de esta histórica cru­zada evangelística.

Sobre ese tema, el “Diario de Cuba” titu­ló el 19 de marzo de 1950 en su portada “El espectáculo milagroso del estadio Maceo y ciento de personas curadas”. De igual for­ma, este periódico, en sus páginas interiores, detalló que Dios se “manifestó con poder extraordinario” y “realizó sanaciones que muchos creían irrealizables”. Además seña­ló que, ante una concurrencia de alrededor de veinte mil personas, se observó a “niños poliomielíticos caminar y soltar sus aparatos ortopédicos, a reumáticos sanados y a bizcos completamente sanados”.

De acuerdo a la crónica realizada por el propio Ortiz, esta campaña transformaría su vida misionera. Al respecto, en una de sus columnas periodísticas, de finales de los años ochenta, afirmaría que: “fue la pri­mera de esa magnitud en la cual este siervo de Dios sirvió de intérprete; fue la primera que repercutió en toda la nación. En muchos otros aspectos, fue la primera; pero muy es­pecialmente, fue la campaña que Dios usó para despertar en este servidor el don que estaba en mí dado por el Señor”.

Luego de las campañas en Santiago de Cuba junto al predicador Osborn, recorda­das hasta el día de hoy debido a que con­ gregaron a más de veinte mil personas, Luis M. Ortiz continuó celebrando cometidos religiosos de esa magnitud en asistencia y repercusión. Sus reuniones de fe, diseñadas a pulso y temple, estuvieron siempre plaga­das de sanaciones, señales, milagros, prodi­gios y maravillas, y fueron realizadas tanto en Cuba, como en la República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico, Colombia, Hondu­ras y otros países de América.

CAMPAÑAS EN VENEZUELA

En la década de 1950, Luis M. Ortiz fue invi­tado por las Asambleas de Dios de Venezuela para celebrar grandes campañas evangelísti­cas y de sanidad divina en territorio llanero. Fueron eventos que, como el caso de Cuba o Puerto Rico, estuvieron cubiertos por la glo­ria del Señor. La primera campaña en suelo venezolano sucedió en 1952. Fue celebrada en un amplio templo de un sector del área metropolitana de Caracas llamado Catia.

Tres años después, en diciembre de 1955, Ortiz regresó a Venezuela para desarrollar una seguidilla de expediciones de fe por di­versos puntos de su amplia geografía. De este modo, el Predicador llegó a las ciudades de Caracas, Valencia, Barquisimeto, Chivacoa, Maracaibo, Cabimas, Santa Bárbara y Punto Fijo en un extenso recorrido que se extendió hasta el final del mes de enero de 1956.

Fue un peregrinaje que, además, sirvió para reafirmar que el misionero puertorri­queño contaba con el respaldo del Creador, quien no cesó de obrar un sinfín de milagros.

INTROMISIÓN SATÁNICA

En plenos preparativos de una campaña en Ciudad Bolívar, a finales de enero de 1956, Luis M. Ortiz recibió un llamado urgente procedente de Santiago de Cuba que trasto­caría el ritmo normal de su vida misionera. En el mensaje se le informó al predicador que un grupo de oficiales nacionales de las Asambleas de Dios de Cuba habían interve­nido su congregación con la idea de colocar un nuevo pastor en su reemplazo a solicitud de un pequeño grupo de creyentes. Enton­ces, el siervo del Todopoderoso, no lo pensó dos veces y retornó de inmediato a Cuba.

Al llegar a suelo cubano, Ortiz se reunió en la ciudad de Camagüey con los oficiales na­cionales que habían actuado en su contra y los inquirió para conocer sus motivos. Fue en ese momento que ellos le afirmaron que habían cometido un grave error y le pidieron que se hiciera cargo nuevamente de la Iglesia en San­tiago de Cuba. Sin embargo, Luis Magin les respondió que ellos debían tomar el control de la congregación porque él se iba a retirar de la isla como misionero y pastor debido a su inde­bida intromisión. Les dijo, asimismo, que de­bían acompañarlo a la iglesia para comunicar su decisión a todos los miembros.

Posteriormente, el jueves 23 de febrero de 1956, el pastor Ortiz transmitió su deci­sión a su congregación por intermedio de un comunicado, titulado “mi investigación, mi conclusión, mi decisión”, que en su parte final sentenciaba: “después de mucha ora­ción, de mucho estudio, de mucha medita­ción, con la paz de Dios en mi corazón, pero al mismo tiempo con mucha tristeza, y ce­diendo a nuestros derechos, hemos decidido que lo mejor es, dentro de las circunstancias, entregar la iglesia al superintendente de la Obra, y que se haga cargo de la situación; el pastor encargado se retira, también el Hno. Ortiz se retira de su iglesia para regresar a Puerto Rico. Todo es muy lamentable. Sin­ceramente exhorto a todos a la unidad. Dios los bendiga”.

Tres días más tarde, con un clima conmo­vedor de marco, Luis M. Ortiz se despidió formalmente de su congregación. Tras un emocionante culto, saturado de muestras de solidaridad con la labor evangelística del misionero, dejó la iglesia al superintendente de las Asambleas de Dios. Junto a él se retiró un mayoritario grupo de fieles que estaba en desacuerdo con el atropello realizado por los oficiales nacionales. Finalmente, Ortiz entre­gó además sus credenciales y renunció a su cargo como ministro ordenado y se marchó a Puerto Rico. Detrás de él dejaría una obra que había levantado a lo largo cerca de doce años de paciente labor.

LA IGLESIA PENTECOSTAL DE CUBA

A inicios de marzo de 1956, Luis M. Ortiz y su esposa regresaron a Cuba en obediencia a su llamamiento evangelístico. El misionero estaba convencido que era el momento justo para levantar una nueva Obra cristiana que priorizara la Palabra de Dios por sobre to­das las cosas. Bajo ese criterio, el domingo 4 de marzo se fundó la Iglesia Cristiana Pen­tecostal de Cuba, la base del Movimiento Misionero Mundial que nacería siete años más tarde.

Harto de tantos atropellos, el reverendo Ortiz, junto a un grupo de pastores y obre­ros de las regiones orientales, se decidió a romper con el Departamento de Misiones de las Asambleas de Dios y creó un movi­miento independiente, que en poco tiempo se propagó por Camagüey, Las Villas, La Habana y Artemisa. En el primer año de su nueva etapa misionera en Cuba, el Señor lo ayudó a levantar once nuevas iglesias en siete puntos diferentes de la geografía cu­bana. Además, en marzo de 1957, celebró la Primera Convención de la Iglesia Cristiana Pentecostal de Cuba.

Hombre bondadoso, humilde, espiritual, santo, firme en sus convicciones y viajero incansable, Ortiz Marrero retornó a Puerto Rico en octubre de 1960 por mandato expre­so de Dios e intentó, sin éxito, convencer a los superiores de su congregación para ini­ciar una “Obra Mundial” a favor de Cristo. Sin embargo, con el auspicio de Dios, esta­bleció la Asociación Misionera y Evangelísti­ca Latinoamericana, institución predecesora del Movimiento Misionero Mundial, y des­plegó una labor llena de grandes milagros realizados por el Altísimo. Además fue en este trayecto que creó, en enero de 1961, la revista “Impacto Evangelístico”.

LA FUNDACIÓN DE LA OBRA

Sin Iglesia propia, sin medios económicos, sin respaldo de ningún concilio, pero recu­bierto de una fe enorme, al pastor puertorri­queño le bastaron menos de 3 años para al­canzar el objetivo trazado por el Salvador. El 13 de febrero de 1963 fundó en Puerto Rico el Movimiento Misionero Mundial con la vi­sión de brindarle “el mundo para Cristo” y colocó el punto de partida de la Obra. Sobre el tema, alguna vez, confesó: “esta Obra es de Dios y yo no sabía lo que el Señor se pro­ponía. Es con gozo y gratitud que podemos decir que es Dios quien levantó este movi­miento, sin nosotros haberlo intentado, ni pensado; con el propósito de devolverle a la obra misionera, y a la evangelización del mundo, el lugar que Cristo le asignó”.

A partir de entonces, y sobre la base del empuje y coraje de Ortiz, el nombre de la Obra llegó a millones de personas alrededor del glo­bo terráqueo, se construyeron miles de capi­llas y templos cristianos, decenas de miles de enfermos fueron sanados, salvados y ungidos del poder de Dios, se desarrolló un trabajo po­sitivo de madurez evangélica, solidez bíblica, estabilidad espiritual, sana doctrina, testimo­nio limpio y conceptos definidos y transparen­tes de los valores eternos. Una misión que, con la gracia divina, se mantiene intacta hasta la actualidad y reboza de fe.

HÉROE DE LA FE

Ortiz Marrero no sólo fue un gran Predica­dor. Se destacó, también, en el mundo secu­lar por sus innegables dotes de gran comu­nicador social. Periodista serio y mesurado, poeta agudo e ingenioso, con más de dos­cientas poesías escritas, locutor prolífico y multifacético, creador de los mejores progra­mas radiales cristianos, prosista profundo, claro y comprensible, tuvo en la Palabra del Señor su camino ideal para escapar al anoni­mato y llevar sin escalas el mensaje redentor de Jesucristo por todo el planeta.

Padre de dos hijas, Damaris y Priscila Ortiz Hernández, Luis M. Ortiz Marrero fue de forma permanente una presencia inspi­radora e inculcadora dentro del Movimien­to Misionero Mundial en los 32 años que lo presidió y dirigió con gran acierto y éxito. A lo largo de una carrera que abarcó más de medio siglo fue líder, guía, predicador, or­ganizador, testificador, adalid y héroe de la fe. Su presencia activa, que supo llegar a 46 países, sobrevive entre los miembros de la Obra pese a su partida producida el 25 de septiembre de 1996, en la víspera de su na­talicio número setenta y ocho, cuando Dios lo convocó a su reino y lo alejó de la vida terrenal.

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