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16 septiembre 2025

 

Dios y la neurología

La creencia en un Dios o un ser supremo que domina el mundo y el universo es algo normal en todas las culturas y países desde tiempos muy antiguos. Los creyentes solemos imaginar a Dios como un ser con intenciones propias que interactúa con los humanos y posee poderes extraordinarios. También lo concebimos como alguien que responde a los anhelos de cada uno y evalúa su comportamiento, sobre todo en relación con los demás, en lo que se conoce como el bien y el mal.



La mayoría de las personas poco conoce sobre qué hace que el procesamiento cerebral del funcionamiento del mundo incluye en muchas personas las creencias. ¿Por qué un porcentaje importante de la humanidad piensa que existe un ser (o incluso varios) que creó el mundo y al ser humano, y que interviene en todas las decisiones y situaciones de los mismos?

Desde una perspectiva religiosa, es porque la fe, además de ser una certeza y convicción, es un don que se tiene o no. Pero si lo vemos desde una perspectiva neurológica, encontraremos una respuesta profunda y muy interesante.

Desde esta última perspectiva, es debido a la mentalización. La mentalización es la capacidad social y cognitiva para razonar sobre el funcionamiento de otras mentes diferentes a la nuestra. También se le denomina teoría de la mente o percepción de la mente. Es la capacidad que tenemos para colocarnos en la piel y la mente de otra persona y comprender que tiene pensamientos y deseos diferentes a los nuestros. Esto nos ayuda a trazar nuestro curso de actuación. Ser capaz de «leer» otra mente es una habilidad útil en una especie tan social como la nuestra.

En cuanto a las creencias en lo sobrenatural, la mayoría de los neurocientíficos y psicólogos que han trabajado en este tema coinciden en que estas creencias están enraizadas en procesos cognitivos normales (es decir, algo con lo que nacimos). Las actividades cerebrales de percepción mental ajena surgen como respuesta a nuestros actos: anticipamos la respuesta de aquellos con los que interactuamos. Y así como lo hacemos con humanos como nosotros, también lo hacemos en nuestra relación con Dios. Nos comunicamos con Él y estamos pendientes de cómo puede responder a nuestras oraciones y al cumplimiento de sus normas. Por lo tanto, nos ponemos en su mente; Incluso estudios de neuroimagen muestran que cuando una persona piensa en Dios u ora, se activan las mismas regiones cerebrales que en los procesos de mentalización.

Por esta razón, la teoría de la mente sería un componente necesario pero no suficiente de las creencias divinas.

La oración nos premia

El antropólogo y profesor Uffe Schjødt de la Universidad de Aarhus (Dinamarca) pudo ver que durante la oración se produjo un aumento significativo de la respuesta BOLD en el núcleo caudado del cerebro. Dicho de otra forma: se activaba el sistema de recompensa. Esto es realmente interesante, ya que las repeticiones pautadas de rituales y oraciones son clave en las cinco religiones universales conformadas por millas de millones de personas. Entonces, el cerebro premia con una sensación de bienestar a las personas que son creyentes.

En su investigación, el Dr. Schjødt utilizó un escáner de resonancia magnética para analizar el cerebro de 20 cristianos devotos. Los sujetos eran 20 jóvenes sanos (6 hombres y 14 mujeres) de entre 21 y 32 años de edad, los cuales no tenían enfermedades psiquiátricas o neurológicas.

Schjødt y su grupo de investigadores querían ver la actividad cerebral manifestada durante la oración, pero había un detalle: existen dos tipos de oración. La oración formal, que consiste en oraciones estructuradas como el Padrenuestro; y la oración menos formal, que tiene que ver con una charla improvisada con el Señor. Por esta razón, los investigadores pidieron a los voluntarios que pronunciaran una canción de cuna sin significado místico y una petición mental de regalos a Santa Claus.

El resultado: se activaron las mismas áreas cerebrales asociadas con la práctica y la repetición. La oración libre cambiaba la respuesta BOLD y generaba una fuerte respuesta en la zona temporopolar, la corteza prefrontal medial, la unión temporoparietal y el precúneo. La neurociencia señala que la activación cerebral en estas regiones es similar a la que se produce cuando hablamos con otro ser humano.

Para los autores del trabajo, “orar a Dios es una experiencia intersubjetiva comparable a una interacción normal entre dos personas”.

Dos de estas regiones que se activaron procesan las cosas que deseamos y valoran cómo otro individuo, en este caso Dios, puede reaccionar a nuestras acciones. También se observará una activación en la corteza prefrontal, que se cree ayuda a juzgar las intenciones de otras personas, y en una zona que ayuda a acceder a memorias sobre encuentros anteriores. Es decir, nuestro cerebro recuerda momentos semejantes, piensa en cómo responderá Dios y activa las neuronas que codifican nuestras aspiraciones y las respuestas a ellas.

Esperamos que este tema haya sido de mucha bendición para tu vida y no dudes en compartirlo con alguien para llevar las buenas nuevas.

¡Dios te bendiga ricamente, Comunidad de Impacto Evangelístico!

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